En aras de la misoginia estructural a las mujeres nos inventan padrinos políticos, relaciones que expliquen por qué llegamos donde llegamos.

La cultura patriarcal nos enseña a callar, a ser amables, conciliadoras, sumisas. Nos enseña a recluirnos en lo privado, en el “calor” del hogar, en la familia. Nos enseña que lo público, el mundo exterior, la política, no nos corresponde, sino a los varones. Nos enseña que siempre es mejor ajustarse a lo que se espera de nosotras. Desde chicas interiorizamos lo que significa “ser mujer”. Y si no lo aprendimos bien, y osamos desafiarlo, el castigo es enorme.

Sexualizar, y especialmente si se trata de un cuerpo femenino, es apelar a la imagen de lo sensible, lo vulnerable, lo despojado de poder. Es quitar poder a la voz, quitar credibilidad, legitimidad y cosificar. La sexualización de toda mujer que se encuentra cerca de hombres con poder no hace más que reflejar aquello que Simone de Beauvoir sostenía en El Segundo Sexo, y que aún continúa vigente: que para el hombre la mujer solo debería ser “una compañera sexual, una reproductora, un objeto erótico, una Otra a través de la cual se busca a sí mismo” (1949).

Y quizás ese sea un inicio de respuesta a la pregunta “¿Por qué conmigo?”, esbozada por la reconocida artista y conductora Florencia Peña. Una mujer que lleva décadas en el rubro, una mujer admirada, trabajadora. ¿Cuál fue su problema? Es una mujer que no oculta lo que piensa, que tiene una postura política definida y por sí misma, y aun sabiendo las posibles consecuencias la hace pública, la defiende. Y no solo eso, en ese camino también se pone al frente de reivindicaciones colectivas. Según expresó en su programa, fue en ese contexto, bajo los protocolos y permisos necesarios, que se reunió con el presidente.

La escritora Virginie Despentes (2006) diría que ser competente, aún hoy, es sinónimo de lo masculino. Acceder a espacios de decisión, aunque impliquen pequeñas cuotas de poder, es sinónimo de lo masculino. Por eso a las mujeres pareciera no correspondernos la política, no correspondernos lo público, el liderazgo, la defensa de los derechos propios y ajenos; y si estamos, es porque “nos pusieron”. Menos aún si nuestros cuerpos se ajustan a la heteronorma de lo bello y lo atractivo. Menos aún si hablamos de mujeres jóvenes. En aras de la misoginia estructural, de la que habla Dora Barrancos, nos inventan padrinos políticos, relaciones que expliquen por qué llegamos donde llegamos, porque de ninguna manera se nos permite haberlo hecho producto del esfuerzo, el temperamento, la habilidad o la capacidad. Como explica la periodista feminista Luciana Peker (2018): desde que el poder dejó de ser cosa exclusiva de varones, se volvió más misógino, más hegemónico y más conservador.

El camino hacia los lugares de decisión es más escabroso para nosotras, para nada exento de castigos. Salir del recluido espacio del ámbito privado está cargado de sanciones que nos recuerdan a cada paso que ese lugar “no nos corresponde”.

“No es la inferioridad de las mujeres lo que ha determinado su insignificancia histórica, sino que ha sido su insignificancia histórica lo que las ha destinado a la inferioridad” (Beauvoir, 1949). El mundo ha dejado hace rato de pertenecer solo a los varones, producto de nuestra lucha inquebrantable como colectivo y de los grandes ejemplos históricos. Pero aún queda mucho por recorrer, muchos estigmas por derribar, en este camino hacia la igualdad que es arduo y complejo. Pero que sin dudas vale la pena.

Nota publicada en Infobae