El odio como discurso se materializa en acciones y pone en cuestión acuerdos comunes que nos han costado décadas construir.
La aparición cada vez más frecuente de episodios de violencia política como los insultos y descalificaciones, o la impresión de esvásticas para agredir a dirigentas políticas, así como el intento de desenfundar un arma en medio del acto de una de las fuerzas de la extrema derecha argentina no son hechos aislados. Son el correlato esperable y la cristalización de un discurso que corre los límites de lo políticamente correcto y lo legítimamente decible. La actitud impávida de los presentes en el escenario mientras transcurría en el Luna Park el último de los episodios antes enumerados así lo demuestra.
La expresiones político electorales de extrema derecha como fenómeno masivo son relativamente nuevas en nuestro país, cuya cultura política, dentro de las diferencias ideológicas que contempla todo el espectro político, mantenía consensos básicos en torno a nuestra historia, la democracia representativa, el Estado de Derecho o la defensa de los Derechos Humanos. No estamos diciendo que no existieran discursos de odio anteriormente, pero su expresión en la arena pública era minoritaria ante el acuerdo general en torno al valor de la construcción democrática y el dolor aún vivo del período más oscuro de la historia argentina.
Durante la gestión nacional de Cambiemos, se asentaron en espacios de decisión personas que pregonaron discursos negacionistas con respecto a los 30.000 desaparecidos o premiaron la violencia como disciplinador social. Fueron algunos indicios de expresiones que se radicalizarían más y más con los años. Hoy, aquello que veíamos lejano sucediendo en Europa con el avance de partidos como Vox, Fratelli D’Italia, Alternativa por Alemania, entre otros extremistas, ha ingresado en América primero bajo figuras como Trump o Bolsonaro, y llegado a nuestro país con colectivos que atentan abiertamente contra el Estado, la democracia y la igualdad. Como bien explica el historiador y periodista argentino Pablo Stefanoni (2021), estos movimientos no dudan en pregonar por un orden social jerárquico, donde la idea del hombre, blanco, occidentalizado se embandera como la referencia salvadora en contra de la “mentira igualitaria” (Stefanoni, 2021). La supuesta “superioridad moral y estética” es una de las manifestaciones de este aspecto.
Nos encontramos así frente a la emergencia y divulgación masiva de lo que llamamos discursos de odio, narrativas que fomentan concepciones xenófobas, misóginas, racistas, clasistas o cualquier otro tipo de representación discriminatoria, con el objetivo de anular a un otro, excluirlo quitándole legitimidad y/o ejerciendo violencia simbólica. No se trata de un fenómeno novedoso, lo que hoy nos alarma es la capacidad de viralización de los mismos y su alcance. “El discurso tiene el poder de materializar efectos, de hacer realidad lo que nombra”, expresa Butler (2018: 268). El odio, entonces, como discurso se materializa en acciones como las mencionadas al inicio, se impone de forma autoritaria a través de la violencia y pone en cuestión acuerdos comunes que nos han costado décadas construir.
Resulta preocupante que aquellos partidos que creen tener amenazado su voto ante los avances de las ultraderechas corran sus discursos hacia el extremo, como hemos visto con las exclamaciones en torno a la baja en la edad de imputabilidad o el intento de atentar contra las indemnizaciones o los derechos de los más jóvenes al insertarse en el mundo laboral. De esa forma, no hacen más que legitimar los discursos extremistas. Así lo hemos visto en los resultados electorales. Pero no sucede solo en Argentina, como analizó en 2019 Franco Delle Donne para el caso español, la radicalización de las estrategias del Partido Popular y Ciudadanos legitimaron al ultraderechista Vox, el que logró aumentar su caudal de votos (Delle Donne, 2019).
El Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI) cuenta con Observatorios de la Discriminación, uno de los cuales hace un seguimiento de estas narrativas en el ámbito de Internet para contruibuir a su detección, visibilización y reflexión en torno a ellos. Es imperioso, que como sociedad, principalmente quienes tenemos responsabilidades en los distintos niveles de gobierno, actuemos para detener el avance de estas expresiones, utilizando las herramientas de comunicación y el lenguaje en su poder performativo para reivindicar los valores que nos unen y que llevamos décadas construyendo, apuntar a consensos y a la construcción de sociedades más tolerantes, inclusivas e igualitarias.
Columna para el diario Infobae
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