Quienes gustamos de estudiar historia argentina estamos familiarizados/as con el término “presidencias históricas”: para nuestro caso nacional, ese concepto remite a las de Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo F. Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880). Ese fue el nombre que nuestra historiografía oficial le dio a la organización del Estado nacional, de avanzada en su momento, y cuyas bases civiles nos acompañan hasta hoy en día, como un sistema educativo público, la estadística oficial, la organización federal, la moneda, entre otras instituciones que les dan un innegable carácter, justamente, histórico. Ahora bien, estas presidencias fueron criticadas en los años democráticos por perpetrar sistemas sociales, políticos y económicos que excluyeron a las mayorías populares de la titularidad y el ejercicio de derechos de distinto tipo. Como sabemos, en esos tiempos no votaban ni siquiera todos los varones, mucho menos las mujeres y los/as jóvenes, no estaban sobre la mesa los derechos laborales, la política social no tenía la fuerza que luego tendría, los pueblos originarios no gozaban de un reconocimiento igualitario, y contando.

Esta organización nacional sobre bases liberal-conservadoras por parte de las élites de la época no fue exclusiva de la Argentina.  En la República hermana de Chile, también se localiza en el siglo XIX el momento constituyente (1823-1833) donde se dio forma a las principales instituciones que la ordenarían luego. Con nuestras diferencias nacionales, pareciera que los hechos verdaderamente históricos ya hubieran quedado cristalizados, como si no hubiera deudas pendientes, como si todo lo importante ya hubiera sido hecho; sin embargo, fue apenas esta semana que se celebró el primer matrimonio igualitario en el país vecino. Un hecho histórico a celebrar, pero que no deja de ser una deuda histórica de la sociedad con los movimientos LGTBIQ+.

Imagen Presidente de Chile Boric
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Pero quienes además de gustar de la historia gustamos de la política, reivindicamos siempre al presente como nuestra época, desde el cual nos proponemos trabajar para un futuro mejor para nuestros pueblos. Por eso es que la asunción de Gabriel Boric el 11 de marzo al frente de la presidencia de Chile puede ser visto como una nueva etapa en la historia política de este país hermano, la cual es un honor y orgullo poder ser testigo en primera persona. Boric, de 36 años, es un exponente de los movimientos estudiantiles chilenos que tomaron fuerza desde la Revolución Pingüina en 2006 –que recibió ese nombre por tratarse de estudiantes primarios y secundarios de camisa blanca y saco negro- hasta el estallido social de 2019 que incluyó a otros movimientos sociales y sindicales que cambiaron el mapa político por completo, siendo quizás la reforma de la constitución vigente desde la dictadura pinochetista el cambio institucional más importante que se ha visto hasta ahora. Reforma que para ser aprobada requerirá del voto obligatorio de toda la población en edad de sufragar, algo atípico en el escenario chileno, y que además se está redactando con una participación importante del movimiento feminista y de pueblos originarios. El 12 de junio, de ser aprobada en el Plebiscito de Salida, Chile cambiará su ley fundamental.

Boric además no llega a la presidencia solo, sino que lo hace junto a un Gabinete que tiene tres características que lo vuelven particularmente especial no solo en la historia chilena, sino en la de la región sudamericana y a nivel internacional.

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La primera es que es un Gabinete nacional en donde hay más mujeres que varones (58,3%): esto es un dato fundamental en relación al “techo de cristal”, ya que, como sabemos, los puestos más elevados de decisión en los ámbitos políticos y empresariales se convierten en inalcanzables para la mayoría de las mujeres. Todas sus ministras son además personas altamente formadas para sus tareas de incumbencia, muchas de las cuales han sido consultoras de organismos internacionales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), para el que trabajó María Ríos Tobar, quien forma parte de Convergencia Social, partido político dentro de la coalición de Frente Amplio, y es la futura ministra de Justicia y Derechos Humanos, al igual que Antonia Orellana, quien, además de trabajar para tal organismo, proviene del mismo partido que Ríos Tobar, y este viernes asumirá a la cabeza del Ministerio de la Mujer y de la Equidad de Género; o la Organización Panamericana de la Salud (OPS), donde trabajó Jeannette del Rosario Vega Morales, que ocupará la cartera de Desarrollo Social y Familia. Dentro de ellas se encuentra además la diputada Maya Alejandra Fernández Allende, que, entre otras cosas, es la nieta de Salvador Allende, quien fuera depuesto por un golpe militar el 11 de septiembre de 1973, y moriría ese día. Hoy ella estará al frente del ministerio de Defensa Nacional, dentro del que se localizan las Fuerzas Armadas chilenas.

En segundo término, es un Gabinete cuyo promedio de edad es de 49 años, también un dato de relevancia para otra de las limitaciones que suelen aparecen en las carreras políticas, que reservan los puestos de mayor relevancia decisoria a personas entradas en edad, poniendo a la “experiencia” como el valor principal del liderazgo. El pueblo chileno parece haber respondido en las urnas que esa experiencia no ha resuelto sus principales preocupaciones en torno al futuro, atestado de deudas que inician desde que comienza la vida misma de los y las chilenos/as.

Finalmente, aunque algunos miembros del nuevo Gabinete chileno tengan militancia en diversos partidos políticos “tradicionales”, la mayoría proviene del movimiento estudiantil o de partidos de nueva creación como el de Convergencia Social, partido integrante de la coalición Frente Amplio. Una muestra más de que las estructuras e instituciones del pasado no tienen por qué dar respuesta a las problemáticas del presente, y mucho menos del porvenir.

Por apuestas como la del pueblo chileno sobre figuras como la de Gabriel Boric y su equipo es que las presidencias históricas no pueden ser pensadas solo como aquellas que ya han terminado hace siglos. Porque como decía el abuelo de estas ideas igualitarias en Chile, “la historia es nuestra, y la hacen los pueblos”.